Con solo escuchar su nombre fue suficiente para que todo el resentimiento y la amargura de Valeria se desvanecieran. Se dio la vuelta y, al encontrarse con la mirada de su madre, con los ojos anegados en lágrimas, sintió que los suyos también se humedecían sin poderlo evitar.
—Mamá…
—Ay, mi hija. ¿Qué haces ahí parada? Ven con mamá.
Lorena le indicó con un suave gesto que se acercara, instándola a no quedarse más tiempo ahí parada.
—Me ves y ni siquiera vienes a saludar. ¿Qué?, ¿ya no reconoces a tu mamá?
Valeria lo negó agitada, sintiendo pánico.
—¡Claro que no, mamá! Por más mala que haya sido, sé de quién soy hija. Me comporté muy mal antes, espero que no estés enojada conmigo.
Valeria siempre había considerado que sus conflictos eran un asunto exclusivo con Sofía, algo en lo que su madre no tenía parte alguna. El aprecio que sentía por ella era genuino y profundo.
De hecho, cuando su madre enfermó, su preocupación había sido incluso mayor que la de Sofía. Por eso había sido la prim