Sofía comprendió que Alejandro tenía toda la razón. Si hubiera habido algún problema, ya lo habrían resentido. No estarían como ahora, sin sentir efectos peculiares. Además, las sustancias que se añaden a la comida suelen actuar con rapidez.
—Tienes razón.
Siguió comiendo, aunque en el fondo se sentía un poco extrañada. Nunca había tenido una relación tan cercana con Jimena. Sin embargo, en esa cena, muchos de los platillos eran sus favoritos. Algunos de ellos, ni siquiera su propia madre los conocía.
No podía creer que ella los hubiera preparado.
«Pero pensándolo bien», reflexionó, «si quería disculparse, tal vez se tomó la molestia de investigar mis gustos».
Alejandro comió sin decir nada y, al terminar, se ofreció a lavar los platos.
—Yo lavo los platos. Tú ve a bañarte y prepárate para dormir. Después… descansa.
Sus últimas palabras fueron una clara insinuación, y el gesto en su garganta fue revelador. Eran adultos; Sofía entendió lo que quería decir.
«Ya llevamos tanto tiempo junt