—Hijo de puta, si tienes el valor, mátame de una vez…
Yolanda estaba tan atormentada que ya no quería vivir.
Pero parecía que las películas mentían. Llevaba tanto tiempo intentando morderse la lengua para quitarse la vida que no había servido de nada; ni siquiera había conseguido desmayarse.
La idea la llenó de frustración.
Después de tanto tiempo, se había acostumbrado al dolor. A veces, ya ni siquiera pensaba en escapar; la vida se había vuelto vacía, sin sentido alguno.
Ser torturada así era peor que la muerte.
Pero Eduardo no tenía la menor intención de dejarla morir.
—Mi Yoli, eres mi tesoro. ¿Cómo podría quedarme viendo mientras te mueres?
Dicho eso, se inclinó sobre ella, sus cuerpos pegados con una intimidad forzada.
Yolanda actuaba como una niña rebelde, eligiendo siempre la opción más difícil, la que más lo desafiara.
Aunque la forzaba, él creía que el tiempo se encargaría de todo.
A pesar de que su interés en ella era más un juego que otra cosa, si sus sentimientos eran real