Así, aunque su madre quisiera retractarse más tarde, sería imposible.
Hacerlo frente a tantos testigos era una misión destinada al fracaso.
Eduardo y Valeria parecían hechos el uno para el otro.
Desde que ella había llegado esa tarde, no habían salido de la habitación.
Incluso a ella la situación le parecía un poco excesiva.
Él seguía sobre ella, y ya estaba algo harta, así que lo empujó para quitárselo de encima.
—Ya, es muy tarde. Tus papás van a pensar mal de mí si no bajo.
—No te preocupes por eso.
Un brillo fugaz cruzó los ojos de él; sospechaba que sus padres estarían encantados de que la entretuviera un poco más, asegurándose así de que no se fuera.
A ella no le parecía correcto quedarse tanto tiempo ahí. Se incorporó apoyándose en los codos.
—En serio, mejor lo dejamos para después. Ya fue suficiente por hoy.
Sentía la espalda molida, como si un carro le hubiera pasado por encima.
Su piel, de por sí delicada, estaba ahora cubierta de marcas moradas bajo las manos de él, una vis