—Disculpen, aquí no se pueden estacionar. Ya llevan un buen rato, así que les tengo que poner una multa.
A Daniel se le notaba la vergüenza, pero aun así estiró la mano para tomar la infracción.
El oficial le echó un vistazo a los labios hinchados de Laura y no pudo evitar soltar un comentario.
—Para la otra, búsquense un lugar más privado. Hacer eso en la calle da una mala imagen.
Dicho esto, se dio la vuelta y se fue sin más.
Se quedaron solos, mirándose el uno al otro sin saber qué decir.
Entonces, se fijó en los labios hinchados de ella y sintió que el calor le subía a las mejillas. Si no hubiera sido por el comentario del oficial, ni siquiera se habría dado cuenta.
Laura, por su parte, estaba roja como un tomate.
—Ya, vámonos a casa, por favor.
No quería seguir ni un segundo más en ese lugar tan humillante. Era una situación bochornosa, casi insufrible. Lo único que deseaba era que se abriera la tierra y se la tragara para no tener que seguir ahí, hablando con Daniel.
Al ver lo ap