El corazón de Sofía se aceleró, sintió que las mejillas le ardían.
Desvió la mirada y dijo en voz baja:
—De verdad estoy bien, no fue nada.
—¿Que no fue nada? —El tono de Alejandro denotaba una clara irritación.
—¿Y esto qué? Mira cómo te dejó la cara. Dime qué pasó.
Entonces Sofía le contó con detalle lo que había ocurrido ese día en la oficina.
Al terminar de escucharla, el semblante de Alejandro se ensombreció de forma notable.
Sacó su celular y marcó a su asistente.
—Investiga a un tal Javier Ortiz.
Su tono era cortante, cargado de una autoridad inapelable, muy distinto a la amabilidad que solía mostrar.
Sofía lo miró, sintiendo un torbellino por dentro.
—Alejandro… —Tiró con suavidad de su manga. Al final, Sofía negó con la cabeza, su voz teñida de cansancio.
—Mejor no buscarle tres pies al gato… Además, no me pasó nada grave.
No quería que Alejandro se preocupara por ella.
Alejandro la observó; una emoción compleja asomó fugaz en su mirada.
Respetó la decisión de Sofía y no insis