Era mejor descansar temprano para tener más energía y enfrentar lo que viniera al día siguiente.
Al ver que Sofía había entendido, Alejandro aprovechó el momento para recostarse sobre ella.
Sus cuerpos estaban tan juntos que, al hablar, sentían el aliento del otro. Entre besos y susurros, ella notó cómo su propia temperatura comenzaba a subir. La respiración de Alejandro también se volvió irregular. La intimidad entre ellos crecía con cada segundo que pasaba, llenando el aire de una tensión dulce.
Hasta la luna pareció esconderse, tímida.
Esa noche, sin duda, estaría llena de buenos sueños.
***
Al día siguiente.
Cuando despertaron, se miraron y sonrieron; ambos recordaban con claridad lo ocurrido.
Sofía, viéndose sonrojada, algo poco habitual en ella, se cubrió un poco más con las sábanas.
—Es tu culpa. Ya viste qué tarde es.
Alejandro tomó su mano y la besó con suavidad.
—¿Y qué querías que hiciera? Eres irresistible.
De por sí, él ya era increíblemente apuesto, y escucharle decir alg