Desde hacía unos días, todos en la empresa sabían que su jefe no estaba de buen humor. En las juntas, nadie se atrevía a hacer el más mínimo ruido. Todos llegaban a las reuniones con los nervios de punta.
Ni siquiera Raúl, que acababa de regresar de África, se atrevía a decir nada frente a Alejandro. Aunque era su asistente personal, Raúl sabía cuál era su lugar y entendía la delicadeza de la situación.
Conociendo el carácter de Alejandro, era obvio que su humor tan voluble se debía a lo que había pasado con Sofía. Pero como Raúl veía que su jefe se refugiaba por completo en el trabajo, no se atrevía a sacar el tema.
Los asuntos de una pareja, ellos mismos debían resolverlos. Nadie más podía intervenir.
Tal como pensaba el asistente, aunque Alejandro parecía concentrado en su trabajo, en los momentos de calma, su mente se desviaba inevitablemente hacia otros horizontes mientras miraba los documentos.
«¿Qué estará haciendo Sofía en este momento?»
Al pensar en eso, la mano con la que sos