Después de dejar el pudin, la mesera se quedó un momento a charlar pacientemente con Lucía.
Le explicó que no debía comer mucho pudin, que con ese era suficiente por hoy y que la próxima vez podría pedir otro.
Incluso le dijo que, si le había gustado, la próxima vez podrían volver.
Bajo la luz del sol, el delicado perfil de Sofía parecía irradiar luz.
Sobre todo cuando hablaba con Lucía, su rostro se iluminaba con una sonrisa llena de calidez.
Mateo observaba la escena, cautivado. Sin darse cuenta, sintió que el corazón le daba un brinco.
En el restaurante, los demás comensales parecían haberse esfumado, convertidos en un simple decorado. Para Mateo, en ese instante, solo existían Sofía y su hermana.
Su voz suave, la calidez de su sonrisa... todo ello hizo que una leve sonrisa se dibujara también en los labios de Mateo.
«Quizás ya era hora de que su hermana interactuara más con otras personas», pensó.
***
—Alex, siempre estás metido en el trabajo.
Jimena hizo un puchero, su cara de niñ