Sin importar lo que Sofía dijera, Lucía mantenía siempre una expresión ausente y apenas le hacía caso.
Abrazaba un conejito de peluche y se escondía, ensimismada, detrás de Mateo.
Al verla así, Sofía no mostró ni pizca de impaciencia; al contrario, la escena le conmovió todavía más.
Mateo no pudo evitar intervenir.
—Sofía, no te preocupes. Mejor sigue comiendo, no te apures por mi hermana. Yo me encargo de que esté cómoda. Si le apetece, ya comerá ella sola.
Ver la paciencia de la joven lo hizo sentirse un poco apenado.
En el fondo, Mateo también estaba sorprendido, pero no podía estar seguro de si aquella actitud era genuina o una actuación motivada por su colaboración profesional.
Al considerar esa posibilidad, su mirada hacia ella se cargó de un matiz inquisitivo.
Tras escucharlo, la diseñadora no tuvo más opción que regresar a su asiento.
Antes, su interés en cultivar una buena relación con él había sido puramente profesional, pero ahora, al ver a la pequeña Lucía y pensar en lo qu