Valeria estaba a la expectativa, deseando que la mujer del vestido rojo siguiera presionando.
A Alejandro se le iluminó la mirada al escuchar las palabras de Sofía. Resulta que estaba más que satisfecha con él.
La comparación dejaba a Eduardo en ridículo, como un payaso dejado a un lado.
Él sabía que Sofía no lo había llamado para nada bueno. Pero si no hubiera venido, estaba seguro de que ella no lo habría dejado en paz.
Estaba entre la espada y la pared, y solo le dolía la cabeza de pensarlo.
Alejandro se dirigió a los presentes.
—Creo que mi esposa ya fue bastante clara.
En cuanto resonó la voz grave y masculina del hombre, todas las conversaciones cesaron. Las miradas y la atención de todos se clavaron en él.
Valeria, por su parte, apretó los puños, invadida por una repentina inquietud.
«No puedo dejar que se salga con la suya», pensó. «Si lo hago, ¿cuándo volveré a tener una oportunidad así? No pienso desperdiciarla».
Justo cuando iba a hacerle una seña a Diana, la mujer del vesti