—Pues, cuando el río suena, es porque agua lleva. Y con esa cara que tiene, ¿qué más pruebas se necesitan?
La mujer apretó los puños y fulminó con la mirada a Marcela.
Resultaba que una mujerzuela como esa de su imaginación le había quitado a su propio esposo, de ahí su indignación.
Sofía sonrió con ironía y, con un gesto de la mano, llamó a Eduardo, que estaba en un rincón.
—¡Acércate!
Nadie entendía qué pretendía, lo que despertó la curiosidad general.
Al ver el porte de galán de él, la gente volvió a cuchichear entre risas.
—No puede ser, ¿en serio va a hacer esto enfrente de todos? ¿Nunca ha visto a un hombre?
—Exacto. Su esposo está aquí, ¿cómo se atreve a hablarle así a otro?
—Qué descarada.
Aquella gente se creía cualquier rumor que escuchaba.
Pero Sofía no se inmutó. Mantuvo una sonrisa enigmática mientras veía a Eduardo acercarse.
Al principio, él se mostró reacio, pero bastó que ella señalara con discreción su celular para que entendiera lo que quería decir.
En ese celular es