«¿Cómo sería su cuñada?», se preguntó. «¿Qué clase de persona?» El hombre al que había idealizado tanto tiempo, con el que creció... ¿cómo iba a resignarse a que otra se le adelantara así? Estaba decidida: hoy mismo iba a conocerla bien.
Después de comer, Alejandro se ofreció a llevar a Jimena de regreso, pero ella se negó.
—Alex, casi nunca vengo a Monterrey, ¿me vas a dejar en un hotel todo el tiempo? —dijo Jimena desde el asiento trasero, ladeando la cabeza y con los labios rojos ligeramente fruncidos en un puchero.
No era que no quisiera ir de copiloto, sino que, antes, Alejandro había reaccionado de forma muy tajante. Apenas iba a subirse cuando él la detuvo con firmeza, advirtiéndole que ese lugar era exclusivamente para su esposa. Jimena no olvidaba que, en ese momento, había bromeado:
—Alex, ¿ni yo puedo? No soy como esas otras mujeres, nosotros crecimos juntos. ¡Ay, por favor! Ese rollo úsalo con otras, ¿pero conmigo, que soy como tu hermana?
Y con esas palabras, intentó subir