El auto ingresó al estacionamiento subterráneo del edificio donde funcionaba la empresa. Ariadna iba acompañada por Máximo y su nuevo custodio. Giuseppe, mientras tanto, se encontraba eligiendo al futuro equipo de seguridad.
Al bajar del vehículo, Ariadna ajustó su sudadera y caminó con paso firme hacia el vestíbulo. A su alrededor, empleados iban y venían como si fuera un día cualquiera. Nadie parecía percibir que el liderazgo de la empresa acababa de cambiar.
—Tienes un serio problema de control aquí —comentó Maximo con tono severo, observando a su alrededor con ojo crítico.
—Sí, ya me estoy dando cuenta —replicó ella evitando mirarlo.
Subieron al ascensor, que pronto se llenó de empleados. Dos mujeres jóvenes se sumaron al grupo y, al notar a Máximo, lo miraron con evidente interés. Él les dedicó una sonrisa encantadora.
Ariadna lo observó, lo único que le faltaba un desfile de mujeres llorando por su sobrino.
Tres pisos después, las empleadas se bajaron. Al salir, una de ellas le