De camino a casa, Ariadna plenamente consciente de que, para ese entonces, Leonardo Alzaga y la colonia de ratas que él lideraba ya estarían al tanto de su regreso. Y lo cierto era que aún no estaba preparada para enfrentar a Genoveva.
Por eso, decidió que no volvería a la empresa en los próximos días.
Al llegar a la casa, Giuseppe seguía ocupado en sus tareas.
—Voy a ver cómo va todo —anunció Máximo con una sonrisa—. ¿Crees que podré comer después? ¡Tengo hambre! —preguntó con tono burlón.
—Le pedí que preparara algo liviano para esta hora. Nada muy pesado.
—¡Esa es mi chica! —dijo él, guiñándole un ojo antes de desaparecer.
Ariadna se quedó inmóvil un momento, repitiendo mentalmente esas palabras: “Esa es mi chica…”
Subió a su habitación, se quitó la ropa formal y se puso algo más cómodo: un short gris y una sudadera amplia. Frente al espejo, tocó instintivamente la cadena donde colgaba la alianza.
—Que la soledad no te ciegue, Ariadna … Máximo no es Franco. Nunca será Franco —se d