Todos se quedaron en silencio cuando la figura de Ariadna Della Croze apareció en el salón. Era como si el tiempo se hubiera detenido. Leonardo Alzaga, que había escuchado rumores sobre su parecido con Natalia, quedó impactado al verla. No se trataba solo de un parecido: era una aparición que lo descolocaba.
Máximo bebió un sorbo de su copa justo en el momento en que notó que todas las miradas se dirigían a la entrada. La escena parecía sacada de una alfombra roja, de esas a las que asisten las grandes estrellas.
Alejandro, al igual que Daniel, no podían apartar la mirada de aquella mujer imponente y lejana.
La copa de Genoveva temblaba ligeramente en su mano. Leonardo, atento a todo, se la quitó con discreción mientras observaba a su tio correr al encuentro de la viuda de Della Croze.
—Ariadna, bienvenida —dijo Antonio con una sonrisa amplia, tomando su mano con galantería para besarla—. Déjame decirte que te ves preciosa. Eres una reina.
—Gracias —respondió ella, con una sonrisa s