Marcas

La misa había concluido. El murmullo de las últimas oraciones todavía flotaba en el aire mientras Ariadna permanecía en la puerta de la iglesia, estrechando manos, regalando sonrisas cansadas. El incienso se mezclaba con el aroma de la lluvia que amenazaba en el cielo encapotado. Vestía un elegante conjunto negro, sobrio pero impecable, y su expresión serena ocultaba el torbellino que llevaba dentro.

—Don Rafael,gracias por venir —dijo ella, tomando con calidez la mano del hombre mayor.

—Le tenía mucho cariño a Franco… y también a ti, hija. —Su mirada era sincera, cargada de afecto—. Pasé por la obra, vi lo que estás haciendo. Él estaría orgulloso, de ti, de lo que estás haciendo por el pueblo… por los niños.

Ariadna sintió un nudo en la garganta, pero lo disimuló con una sonrisa leve. Apretó con más fuerza la mano del hombre.

—Gracias… No tiene una idea de lo que sus palabras significan para mí.

A pocos metros, Alejandro observaba la escena. Desde el interior del templo, entre las co
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