ADRIANO
El bar apestaba a alcohol barato, perfume dulce y humo de cigarro.
El ruido era ensordecedor: risas, copas chocando, música alta.
Entre la multitud, lo vi.
Ahí estaba Gael, con una botella en la mano, rodeado de mujeres que se reían mientras él las besaba como si eso le borrara el alma.
A mi lado, Alessandro frunció el ceño.
—Sé que Gael es un idiota, pero… ¿por qué está siendo más idiota de lo normal?
—Le rompieron el corazón —respondí sin apartar la vista.
—¿Cómo? ¿Él tenía a alguien?
—Sí. Y creo que sé quién fue.
Nos acercamos a la mesa. Las mujeres nos miraron con sonrisas coquetas, creyendo que veníamos a unirnos al juego.
—Fuera —dije con voz fría, y bastó eso para que todas desaparecieran.
Gael levantó la vista y sonrió torcido.
—Adrianoooooo, Alessandrooooo… ¿qué hacen los amargados número uno en un bar tan animado?
Tomó otro whisky y levantó el vaso brindando.
—Buscando a un idiota que no contesta el celular hace más de cinco días —le respondí.
—Me extrañas —r