DALIA
El sonido de mis propios sollozos aún llenaba la sala cuando mis ojos se desviaron hacia la puerta. Entreabierta. El ramo de flores seguía ahí, intacto en el felpudo.
Dalias rojas y blancas, con las ramitas de lavanda que ya me eran tan familiares. El mismo ramo que había recibido semana tras semana.
Levanté la mirada hacia él. Adriano me observaba en silencio, sus manos aún sobre mis hombros, su respiración fuerte después de la pelea.
—¿Eras tú? —pregunté, apenas un susurro—. ¿Las flores eran tuyas?
Adriano suspiró, como si no hubiera querido que lo supiera así.
—Solo quería alegrar tus días … —dijo con voz baja—. Pero hoy, cuando vine… escuché el ruido y entré.
Su mano subió lentamente, acariciando mi mejilla con una delicadeza que contrastaba con la violencia que había usado contra Theo minutos antes.
—Mi hermosa flor… —murmuró, con esa intensidad que me desarmaba.
Me quedé sin palabras. ¿Había recuperado sus recuerdos? Algo en mi pecho se contrajo y, antes de que pudiera pe