El pasillo que llevaba al archivo central no estaba completamente iluminado. Una de las lámparas parpadeaba, lanzando destellos irregulares que parecían imitar el pulso acelerado que llevaba desde el apagón. Caminé despacio, como si mis pasos pudieran despertar algo dormido entre esas paredes.
El lector de huellas tardó más de lo normal en abrir la puerta.
Demasiado tiempo.
Cuando finalmente se deslizó con un chasquido seco, un olor a polvo antiguo y papel caliente salió desde el interior. Me quedé quieta un segundo. Sentía el eco de la frase de la voz en mi oído: “¿Lo protegiste esta vez, Elara?”
La luz del archivo no encendió de inmediato. Tardó unos segundos que me parecieron un siglo. Cuando finalmente los fluorescentes parpadearon, revelaron una sala extensa, de techos altos, con estantes grises como huesos de animales enormes alineados uno tras otro.
No había nadie, pero se sentía habitado. Respiré hondo, tenía que enfocarme, tenía que encontrar el archivo Vance-D.
Me dirigí a l