Señales Ocultas.
El día siguiente amaneció gris y húmedo, con un viento extraño que se colaba por las rendijas de la ventana de mi oficina, arrastrando consigo un frío que parecía penetrar los huesos.
Noah no estaba conmigo; la niñera y los guardias lo habían dejado en casa, protegidos, y aun así mi corazón se negaba a relajarse. No dormí del todo; apenas fragmentos que me dejaban más alerta, más consciente de cada sonido.
Cada clic, cada crujido del piso, cada respiración ajena parecía exagerada, como si alguien estuviera pendiente de mí, invisible, midiendo cada movimiento.
Mi mirada se posó en el pequeño objeto sobre mi escritorio. Un chip metálico diminuto, anodino, sin marcas ni indicaciones. Mis dedos lo tocaron con cuidado, y un temblor me recorrió de pies a cabeza.
Todo en mí gritaba: alguien había estado dentro de mi oficina. Había tenido acceso a mis archivos, a mis horarios, a cada detalle de mi vida profesional, y a Noah.
Antes de que pudiera procesar más, la puerta se abrió y Caelan apare