La Noche más Larga.
La mañana comenzó con ese silencio espeso que anuncia un día difícil. No era un silencio tranquilo, sino uno que parecía vibrar bajo la piel, como si algo me observase desde un punto invisible de la habitación.
Noah dormía en su camita, enredado en su mantita azul, respirando profundo, completamente ajeno al caos en el que yo me estaba convirtiendo.
Me obligué a levantarme. Sentí la pesadez en las articulaciones, no por cansancio físico, sino por el agotamiento emocional que parecía cristalizarse en mis huesos.
Desde hacía días, o quizá semanas, venía sintiendo que algo en mi cabeza comenzaba a fracturarse. Un pensamiento insistente, afilado: ¿Y si realmente estoy perdiendo la realidad?
Ese pensamiento me siguió mientras preparaba el desayuno de Noah. Mientras lo cambiaba, mientras lo dejaba en el jardín infantil. Estuvo presente también en el trayecto hacia la clínica, donde tenía mi sesión con la psicóloga.
No lo había dicho en voz alta, nunca. Y me aterraba hacerlo, como si pronunc