El Libro.
El edificio parecía más gris de lo habitual cuando llegué esa mañana, como si el cielo hubiera decidido calcar mi humor y proyectarlo sobre cada superficie de Ravenshire. El aire estaba frío, casi cortante. Había dormido mal, no por pesadillas, sino por el eco constante de mis propios pensamientos.
Tres días después de la cena con Dorian y del estallido que prefería no recordar, aún me sentía como si caminara con vidrios rotos en el estómago.
Noah había amanecido dulce, con esa sonrisa que siempre me salvaba, pero incluso así me sentía apenas sostenida por alfileres.
Subí al ascensor respirando hondo, practicando el mismo ejercicio que mi terapeuta me repetía: “No luches contra el pensamiento, reconócelo y déjalo pasar.”
Una teoría brillante en papel. Inútil cuando el cuerpo entero decidió bloquearse.
Cuando llegué a mi oficina, lo primero que vi fue una caja: pequeña, elegante, con un lazo azul oscuro perfectamente atado. Mi corazón bajó un ritmo, luego subió tres. No tenía tarjeta v