La Gran Caída.
La sala de juntas estaba envuelta en un silencio que cortaba como cuchillo. No era un silencio de tranquilidad, sino de expectación contenida, de poder contenido a punto de estallar.
Vivienne Vance presidía la reunión con su elegancia habitual, su porte impecable, cada movimiento medido, cada palabra calculada.
No hacía ruido, no necesitaba hacerlo; la mera presencia de su apellido imprimía autoridad absoluta.
Caelan estaba sentado frente a ella, con la espalda rígida y los dedos entrelazados sobre la mesa, tratando de proyectar control.
Yo me senté en el extremo opuesto, intentando respirar con normalidad, aunque sabía que lo que estaba por suceder no sería normal.
—Nuestra prioridad —dijo Vivienne, sin mirar a nadie en particular, su voz baja, firme y cortante— es garantizar que la empresa se mantenga sólida y que cada operación refleje estabilidad. Ninguna decisión debe ponerse en duda, todo lo que hagamos debe proteger la imagen, los activos y la confianza de nuestros socios.
Cael