El Nombre Prohibido.
La mañana empezó con una calma falsa, como un vidrio pulido a punto de resquebrajarse.
Apenas llegué al estudio inventé la excusa más segura que se me ocurrió:
auditoría interna.
Era perfecta. Inofensiva. Nadie haría preguntas. Nadie sospecharía que yo estaba rastreando los restos de un fantasma corporativo con apellido Vance.
Pedí acceso a los archivos viejos, los que estaban guardados en la intranet antigua, la que casi nadie usaba. Los servidores archivados tenían un silencio particular, como una memoria dormida. Y yo temblé un poco mientras esperaba que la carpeta se abriera.
No sabía por qué hacía esto sin consultar con Caelan, o sí sabía. Porque él jamás me dejaría leer nada que pudiera hacerme daño. Y porque, por primera vez desde que volvimos a cruzarnos, no sabía medir dónde acababa su protección… y dónde empezaba su oscuridad.
Cuando el servidor por fin cargó, me encontré frente a un mar de carpetas sin ordenar, llenas de nombres, números, fechas rotas. Un laberinto. Parte d