Confusión y Traición.
La mañana después del apagón no era una mañana real. Era una réplica: un escenario armado con luz tenue, colores apagados y un silencio que no pertenecía a ningún día normal en el estudio.
Noah estaba en casa con la niñera y los guardias, más seguro de lo que yo podía estar en ese momento. Lo dejé dormido, exhausto después del susto, y aun así me costó despegarme de él. Sentí que lo estaba abandonando a un mundo que yo misma ya no podía descifrar.
Cuando llegué al estudio, noté que todos hablaban en murmullos, en códigos no dichos, como si el edificio entero cargara con un secreto colectivo. Las pantallas funcionaban, pero algunas fluctuaban; el sistema de seguridad había sido “restablecido”, pero eso no me tranquilizó. Las paredes seguían respirando una tensión que no era técnica, sino humana.
Dejé mi bolso en la oficina y prendí la computadora. Parpadeó más de lo necesario antes de encender. Ese segundo extra fue suficiente para helarme la sangre.
—Vamos —susurré para mí misma—, no