DYLAN
Después de finalmente localizar mi auto y enviar a uno de los asistentes de la oficina a recogerlo, ducharme y vestirme, llegué a la oficina dos horas tarde.
Mi corazón se hinchó al pensar en ver a Ada.
¿Me gritaría de nuevo?
Probablemente no delante de todos, pero nada le impediría darme un sermón en mi oficina, a puerta cerrada.
—Señor Salinger —Diana, una joven que trabajaba en ventas, me detuvo.
—Buenos días, Diana —a través de su hombro, vi que el escritorio de Ada estaba vacío.
—Solo quería decir, respecto a Richard… gracias.
Fruncí el ceño. —¿Tan rápido se corrió la voz?
—Todos lo vimos entrar y salir furioso hace unos veinte minutos. Estaba despotricando sobre cómo lo acusaron falsamente de agresión —ella resopló—. Como si fuera verdad.
—¿Qué quieres decir con “como si”?
—Ha estado diciéndome cosas subidas de tono desde que empecé a trabajar aquí. No solo a mí. A todas las mujeres.
Mi pecho se apretó. —Lamento que hayas pasado por eso. No deberías haberlo sopo