Esa noche, la mente de Eric era un campo de batalla. El mensaje de Isaac martillaba en su cabeza: ¿darle a Bianca "el beneficio de la duda"? Una parte de él se irritaba con la insolencia de su amigo, con esa lealtad que parecía inclinarse más hacia Bianca que hacia él. Pero otra, más profunda y honesta, reconocía la verdad incómoda en las palabras de Isaac.
Después de todo, él mismo le había confesado a su amigo sus propias dudas sobre aquella noche. No recordaba haberse acostado con Bianca, pero la inquietante posibilidad, la minúscula incertidumbre, lo carcomía. La falta de un recuerdo claro era un vacío que su mente no podía dejar de llenar con "¿y si...?", una pregunta sin respuesta que lo atormentaba sin saber hasta cuándo.
Eric se obligó a sí mismo a cerrar los ojos, a forzar el sueño, anhelando acallar la tormenta de pensamientos en su mente. Quería escapar de esa espiral de conjeturas. A la mañana siguiente, se despertó desorientado, con la cabeza un poco pesada, como si la b