Cuando Bianca salió del edificio, sintió que los ojos de todos la seguían. El pasillo, que antes le había parecido solo un camino a la salida, se sentía como un escenario. Los empleados, con la excusa de volver a sus puestos, lanzaban miradas indiscretas y susurros que le llegaban como dagas.
—Te lo dije, es ella—susurró una voz, clara en el silencio de los demás.
—No puede ser, ¿cómo se atreve a trabajar para su ex?—respondió otra, su tono lleno de desprecio.
Bianca tragó saliva, apretando la mandíbula. Ya sabía que dirían, que juzgarían. Un amorío, un drama corporativo. Nadie conocería la verdad, y no importaría. Su historia era solo un chisme más para ellos. Ignorando a todos con una dignidad que apenas podía mantener, se abrió paso hasta la puerta principal y salió.
Una vez en el auto, las emociones que había reprimido estallaron. Golpeó el volante con el puño cerrado, una y otra vez, mientras las lágrimas de rabia se agolpaban en sus ojos.
—¡Eres un maldito imbécil, Eric! ¡T