Luego de la confrontación, Eric se fue de allí, dejando tras de sí un silencio que lo decía todo. George, su padre, se sentó en el sofá, aún con la cara roja de furia. Miró a Jackeline, sus ojos gélidos como el hielo. La calma que ella intentaba proyectar no lo engañó.
—Tú sabías de todo esto—dijo George, su voz baja y peligrosa—. No te has mostrado nada sorprendida. Lo sabías, ¿no es así?
Jackeline lo miró a los ojos, sin parpadear.
—Por supuesto que lo sabía. Pero me acabo de enterar hoy. Por eso no te lo comenté. No te lo dije porque sabía cómo te ibas a poner.
El rostro de George se contrajo en un gesto de traición.
—Así que eso era lo que estabas ocultando. Por eso llegaste con esa cara, toda preocupada. Ahora que lo sé, no puedo creerlo. Realmente no aceptaré a esos mellizos.
—Deberías aceptarlos—respondió Jackeline, su voz pragmática y fría—. Después de todo, son tus nietos. No estoy de acuerdo con que haya hecho las cosas de esta manera, pero seamos sinceros. Esa muchacha ja