Mundo ficciónIniciar sesiónCapítulo 9
El día transcurrió con tranquilidad, y Patricia intentó acostumbrarse a su nueva realidad. Ahora que era oficialmente la señora Avelar, guardó la bata y se vistió con ropa común, algo más cómoda. Cuando el hambre comenzó a molestarla, bajó a la cocina para tomar algo. Sin embargo, en cuanto entró, el mayordomo la vio e inmediatamente se acercó, manteniendo su tono educado y respetuoso. —Señora Avelar, permítame acompañarla al comedor. Patricia parpadeó, sorprendida. —Ah… solo iba a tomar algo rápido… —Con todo respeto, señora, ahora su posición en esta casa es diferente. El comedor está listo para recibirla. Ella vaciló un instante, sintiéndose aún fuera de lugar con este cambio repentino de estatus, pero finalmente cedió y asintió con una pequeña sonrisa. —Está bien, entonces. Gracias. El mayordomo le indicó el camino y Patricia lo siguió. Al entrar en el imponente comedor, sintió un leve escalofrío en el estómago. La mesa estaba perfectamente puesta, y la vajilla refinada dejaba claro que la comida no era solo una necesidad, sino un ritual de elegancia en aquella casa. Se sentó y, antes de tocar los cubiertos, respiró hondo. —Señora Avelar… —murmuró para sí misma, aún intentando acostumbrarse a esta realidad. Después de almorzar sola, Patricia volvió rápidamente a la habitación. El peso de los acontecimientos del día anterior aún recaía sobre sus hombros, y el cansancio la dominaba. Se acostó en la cama, planeando tomar solo una siesta, pero su cuerpo tenía otros planes. El sueño la envolvió por completo y, sin darse cuenta, durmió el resto de la tarde. Mientras tanto, al otro lado de la cama, ocurrió un pequeño movimiento. Augusto suspiró suavemente, el primer sonido audible en mucho tiempo, y su cabeza se movió ligeramente, inclinándose hacia el rostro de Patricia. Patricia despertó de sobresalto, con el corazón acelerado por el susto al encontrarse con el rostro de Augusto tan cerca del suyo. "Realmente está dormido…", pensó, aliviada y, al mismo tiempo, inquieta. Antes de poder continuar con sus pensamientos, un sonido proveniente del exterior captó su atención. Gritos de una mujer resonaban por la mansión, cargados de impaciencia y desesperación. Sin dudarlo, se levantó rápidamente y bajó las escaleras, yendo hasta la puerta para ver qué ocurría. —¡Déjame entrar! ¡Necesito ver a mi hombre! —La mujer gritaba, intentando zafarse del mayordomo que le impedía la entrada. Patricia se adelantó, colocándose frente a ella con una mirada firme. —¿Qué quiere usted aquí? —preguntó, analizando a la desconocida. La mujer la miró de arriba abajo, el rostro lleno de confusión e incredulidad. —¿Quién es usted? ¿La novia de Rafael? Patricia levantó ligeramente la barbilla antes de responder con firmeza: —No. Soy la esposa de Augusto Avelar. El silencio cayó entre ellas. La expresión de la mujer se transformó en shock e incredulidad, sus ojos se abrieron como platos, como si acabara de oír algo imposible. La mujer se quedó paralizada, como si Patricia hubiera dicho la cosa más absurda e improbable del mundo. Sus ojos desorbitados la recorrieron de nuevo, evaluándola con rabia. —¡Está mintiendo! —dijo, con la voz quebrada por un segundo antes de recuperar la firmeza—. ¡Augusto nunca se casaría sin avisarme! Patricia mantuvo una postura firme, cruzando los brazos. —Lamento que esto la sorprenda, pero es la verdad. Soy Patricia Avelar, esposa legítima de Augusto. La mujer frunció el ceño, su expresión se volvió dura. —¿Esto es alguna e****a? ¡Porque yo sé muy bien que Augusto Avelar estuvo en coma hasta ayer! —Y lo sigue estando. —Patricia respondió, sin inmutarse—. Pero yo soy su esposa y, como tal, no voy a permitir que cualquier persona entre en esta casa sin permiso. La mujer dio un paso al frente, claramente irritada. —¿Cree que puede impedírmelo? ¡Yo soy Estela! El nombre encendió una alarma en la mente de Patricia. Rafael había mencionado a esta mujer antes, la razón por la que había urdido todo ese plan de la boda. —Si es así, entonces debería saber que ya no tiene nada que ver con él. —respondió Patricia, sujetando el pomo de la puerta. —¿Cree que puede sacarme de su vida tan fácilmente? —Estela entrecerró los ojos, una sonrisa burlona curvó sus labios—. Veremos qué tiene que decir Augusto cuando despierte. Patricia sostuvo su mirada un momento y, sin más palabras, le cerró la puerta en la cara. Respiró hondo, sintiendo el corazón acelerado en su pecho. Sabía que eso no era el fin. Estela volvería. Y, cuando Augusto despertara, él necesitaría saber toda la verdad. Esa noche, durante la cena, Patricia decidió que era hora de contarle todo a Rafael. Se sentó a la mesa. El mayordomo sirvió la comida, y el silencio se instaló por unos instantes mientras Rafael probaba la comida. —Estás extrañamente callada. —Comentó, observándola con atención. Patricia soltó un suspiro, dejando los cubiertos sobre el plato. —Estela apareció en la puerta de la mansión esta tarde. Rafael dejó de comer inmediatamente, su mirada se volvió más aguda. —¿Qué? ¿Qué quería? —Entrar. Dijo que necesitaba ver "a su hombre". —Patricia respondió, imitando con desdén el tono de la mujer. Rafael soltó una risa corta, pero sin humor. —Eso es típico de ella. Siempre creyó que tenía algún derecho sobre mi padre, incluso después de todo. Patricia asintió, recordando la rabia en la voz de Estela. —No creyó cuando le dije que soy la esposa de Augusto. Pensó que era alguna e****a. —¿Y qué hiciste? —Él preguntó, apoyando los codos en la mesa. —Le cerré la puerta en la cara. Una pequeña sonrisa se formó en los labios de Rafael. —Buena elección. Pero eso significa que va a volver. —Lo sé. —Murmuró Patricia, pasándose la mano por el cabello—. Y cuando Augusto despierte, ella hará todo lo posible para envenenarle la cabeza contra mí. Rafael entrecerró los ojos, pareciendo pensativo. —Deja a Estela conmigo. Sé exactamente cómo lidiar con ella. —Solo espero que él no sienta nada por ella cuando despierte… Rafael soltó un suspiro pesado. —Patricia, mi padre no es tonto. Puede que se haya sentido atraído por Estela en el pasado, pero se alejó por una razón. Y ahora, casado contigo, va a tener que enfrentar una nueva realidad. Ella se mordió el labio, aún inquieta. —Solo quiero saber cómo va a reaccionar él a todo esto… Rafael sonrió de lado. —Eso es algo que solo descubriremos cuando despierte. Hasta entonces, mantente firme. Eres la señora Avelar ahora. Y Estela tendrá que tragarse eso. Patricia respiró hondo, asimilando sus palabras. Rafael tenía razón. Necesitaba mantenerse firme. Y, sobre todo, necesitaba estar preparada para el momento en que Augusto abriera los ojos.






