Mundo ficciónIniciar sesiónCapítulo 10
Después de cenar con el hijo de su esposo, Patricia volvió a la habitación; él se había movido de nuevo, un brazo estaba cerca de su rostro. Se alegró, porque está a punto de despertar, se acercó y se sentó a su lado. —Necesitas afeitarte y cortarte un poco el pelo… No es que así no estés guapo… Creo que estás guapo de cualquier manera —dijo, apartando un mechón de su cabello. El contacto fue breve, pero suficiente para hacerla sentir un pequeño escalofrío recorriendo su piel. Patricia retiró rápidamente la mano, sintiéndose un poco tonta por ese gesto impulsivo. Se quedó allí, simplemente observándolo, su respiración calmada y estable, los labios ligeramente entreabiertos. De repente, un pensamiento se le ocurrió. No se habían besado. No hubo un beso en la boda. Ningún intercambio simbólico que sellara aquella unión inesperada. ¿Y ahora? ¿Cómo lo harían? Su mirada se deslizó hasta sus labios. Su corazón se aceleró al considerar la posibilidad. ¿Qué pasaría cuando finalmente despertara? Patricia sintió que el corazón se le aceleraba mientras su mente libraba una batalla entre la razón y el impulso. No debería… Pero, al mismo tiempo, algo dentro de ella anhelaba ese momento. Con delicadeza, se inclinó sobre él, su respiración volviéndose inestable a medida que la distancia entre sus rostros disminuía. Cerró los ojos y, en un movimiento suave, posó sus labios sobre los de él. Fue un toque ligero, vacilante, casi como si temiera despertarlo. Ahora era su esposa, incluso si él aún no lo sabía. Al separarse, un calor le subió al rostro. Se sintió tonta, quizás incluso un poco atrevida. Pero, en el fondo, no se arrepintió. —Buenas noches, mi esposo… —susurró, con una sonrisa tímida. Antes de acostarse, arregló mejor las mantas sobre él y apagó la luz de la lámpara. Se acostó a su lado en la cama, cerró los ojos, intentando calmar sus pensamientos. Poco sabía ella que, incluso inconsciente, Augusto reaccionó a su toque. Sus dedos se movieron ligeramente, y un suspiro escapó de sus labios. La habitación estaba oscura, solo una luz tenue entraba por la rendija de la cortina. Patricia dormía profundamente en la cama con una respiración tranquila. En el silencio de la madrugada, ocurrió un movimiento sutil. Los dedos de Augusto se contrajeron y, lentamente, sus párpados temblaron antes de abrirse por completo. Sus ojos vagaron por el techo un instante, la mente aún confusa, intentando procesar dónde estaba. Inspiró profundamente, sintiendo el aire llenar sus pulmones de una manera que parecía a la vez extraña y familiar. Sus músculos estaban rígidos, como si no los hubiera usado desde hacía mucho tiempo. Volviendo la cabeza despacio, su mirada encontró la figura dormida de Patricia. ¿Quién era esa mujer? ¿Y por qué estaba allí, tan cerca de él? Su pecho subía y bajaba pesadamente mientras intentaba recordar, pero su mente parecía envuelta en una niebla. —¿Qué…? —su voz salió ronca, casi un susurro, sorprendiéndose a sí mismo. Patricia se movió en la cama, escapando un suspiro de sus labios, pero aún no despertaba. Augusto la observó unos instantes más, sin entender por qué había una extraña durmiendo a su lado. El cansancio volvió a dominarlo, pero no se rindió en su intento de sentarse. Augusto respiró hondo, intentando reunir fuerzas. Su cuerpo parecía pesado, como si cada músculo estuviera oxidado. El esfuerzo para sentarse en la cama ya había sido inmenso, pero no iba a parar ahí. Sus ojos volvieron a posarse en las muletas junto a la cama. Frunció el ceño, confundido. ¿Desde cuándo necesitaba eso? ¿Y por qué sus piernas no respondían como debían? Con un suspiro de frustración, estiró el brazo y cogió las muletas. El simple acto de sostenerlas le pareció extraño, como si no fueran suyas. Hizo un tremendo esfuerzo para incorporarse y, por un momento, sintió que el mundo giraba. Las piernas estaban débiles, pero se negaba a rendirse. Apoyándose en las muletas, dio el primer paso vacilante. El suelo frío bajo sus pies descalzos le trajo una sacudida de realidad. Cada movimiento requería concentración, cada músculo protestaba, pero la necesidad de llegar al baño era más fuerte. El camino hasta allí parecía interminable. Su respiración se volvió pesada, y el sudor comenzó a formarse en su frente. Cuando finalmente alcanzó la puerta, se agarró al marco un instante, intentando recuperar el aliento. Abrió el grifo del lavabo y dejó correr el agua antes de llevarse las manos en forma de cuenco a la boca, bebiendo ávidamente. El líquido refrescante bajó por su garganta seca, trayendo un alivio momentáneo. Al levantar la cabeza, sus ojos se encontraron con su propio reflejo en el espejo. El hombre frente a él parecía un extraño. La barba espesa, el cabello un poco más largo de lo normal, la mirada cansada y confusa. —¿Qué diablos me ha pasado? —murmuró para sí mismo, pasándose los dedos por el rostro, intentando encontrar alguna respuesta en aquella imagen desconocida. Con mucho esfuerzo, Augusto consiguió usar el baño. Su cuerpo aún estaba rígido, sus músculos no respondían como antes, pero la necesidad de cuidar de sí mismo lo impulsaba. Al ver la silla dentro de la ducha, sintió un alivio inmediato. Sentado, dejó que el agua caliente corriera por su cuerpo, relajando un poco la tensión acumulada. Se masajeó las piernas, sintiendo una leve mejora en la circulación, y poco a poco, su respiración volvió a la normalidad. Tras terminar de ducharse, se secó con calma y se puso una bata. Cuando volvió al dormitorio, notó que sus movimientos estaban un poco más firmes. Llegó a considerar abandonar las muletas, pero decidió no precipitarse. Las cogió de nuevo, manteniendo un ritmo más seguro. Fue entonces cuando sus ojos volvieron a posarse en la mujer en la cama. Ella dormía tranquilamente, las sábanas ligeramente revueltas a su alrededor, su cuerpo era hermoso. La visión hizo que algo dentro de él despertara, un calor súbito subiendo por su cuerpo. Augusto frunció el ceño, confundido. —¿Quién es ella? La pregunta resonó en su mente, e intentó buscar en su memoria, pero no venía nada. ¿Acaso la había contratado para darle placer? —No es posible… Nunca he hecho eso… —murmuró, sintiendo su cuerpo reaccionar de manera inesperada. Un calor le subió por la piel, y se dio cuenta de que estaba excitado. Respiró hondo, desviando la mirada. Necesitaba entender qué estaba pasando antes de dejarse llevar por sensaciones que, hasta entonces, parecían haber estado dormidas durante mucho tiempo. Augusto la miró de nuevo. Los largos cabellos le cubrían el rostro, impidiendo que él la reconociera. Algo dentro de él lo incitaba a acercarse, y cedió al impulso, sentándose al borde de la cama. No sabía si aquello era un error, pero, ahora más cerca, pudo observar mejor sus piernas. Fue entonces cuando notó un lunar grande en la parte trasera del muslo, muy cerca del trasero. El detalle lo dejó aún más atento, despertando un hambre que no sentía desde hacía mucho. Su pensamiento se volvió hacia la única explicación lógica: ella estaba allí para darle placer. No veía otra razón para que una mujer joven y tan atractiva estuviera durmiendo en su cama, vestida de esa manera. Y él estaba sediento. Su cuerpo, sin embargo, aún estaba debilitado. ¿Tendría fuerzas para tomarla como quería? Si no podía, tendría que permitir que ella tomara el control, que se montara encima y le mostrara todo lo que sabía. La idea hizo que su deseo creciera aún más.






