Cuando el poder y el deseo chocan, solo el caos decide el destino.
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Kael:
La niebla se alzaba desde el suelo como un manto que oscurecía todo lo que tocaba. Cada paso que daba resonaba como un eco sordo, un recordatorio del vacío que había quedado en mi corazón.
—¿Cómo podía haber sido tan débil? —Los susurros del viento apenas alcanzaban mis oídos, opacados por los gritos furiosos de Tiān Láng, que aún resonaban en mi mente.
«¡Idiota! ¡¿Cómo te atreves a dañarla así?!», —me gritaba. Cada palabra era un látigo, cada reproche una espada afilada que desgarraba las capas de mi autocontrol.
Mi pequeña malcriada, la que había transformado mi mundo en caos con su inocencia y su poder. No la entendía, no la quería cerca. Era mi obligación mantenerla alejada de todo, de todos, para evitar que las sombras que habitaban en mí la arrastraran. La única razón por la cual seguía respirando era porque estaba seguro de que ella era la clave para destruirlo todo. Los cuatro reino