A veces, la mayor herida no es el filo de una espada, sino la indiferencia de quien jamás pensaste que te abandonaría.
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Kael:
La espera me crispa los nervios. Apoyado contra el frío muro de piedra, cruzo los brazos con impaciencia mientras escaneo el pasillo desierto. Nadie en los alrededores. No sirvientes. No guardias. Perfecto. Si esta pequeña insensata tuvo la osadía de desafiarme y exponerse, el mundo entero temblará con las consecuencias.
—Más le vale haber seguido mis órdenes
—murmuro para mí mismo, con la mandíbula apretada.
«Oye, grandulón, tranquilo. Todo estará bien.»
La voz de Yě Líng resuena en mi mente con una tranquilidad exasperante.
—¿Y ahora tú qué tienes? ¿Por qué tan tranquila?
—interrogo con el ceño fruncido.
«Porque, por una vez, no estamos discutiendo. Amor y paz.»
La lobita ríe suavemente, lo que me resulta aún más sospechoso.
—Amor y paz y un dedo por demás —respondo con sarcasmo, pero la condenada solo se ríe de nuevo.
Carajo. Algo está