Me encontraba sentada en medio de una gran sala, rodeada por quienes intuían era el concejo de la manada y tratando de contener lo más posible la respiración para que el olor del hombre de en medio no llegara hasta mí, no sé cuánto tiempo llevamos así, ellos observándome atentamente esperando que les cuente como fue que llegué aquí y mate a esos cuatro desterrados estando mal herida. Algunos me observaban con sospecha, otros con morbo, y unos pocos con algo parecido a duda. Como si se preguntarán si de verdad yo había sido capaz de matarlos yo sola.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó uno de los miembros del consejo, un hombre de voz ronca y mirada severa, no respondí—. Esperamos que pueda cooperar por su propia voluntad, no nos gustaría tener que usar otro tipo de métodos para hacer que hable; pero su silencio solo lo hará más difícil para usted.
—No tengo nada que decirles —respondí con frialdad. Mi voz sonaba extraña incluso para mí, más profunda, más endurecida. Ya no era la cachorra q