El humo se elevaba en espirales grises sobre el ala este del palacio. Anya lo vio desde la ventana de su habitación, una columna oscura que manchaba el cielo azul de Argemiria. Su corazón se aceleró con un presentimiento que le heló la sangre. Sin pensarlo dos veces, salió corriendo por los pasillos, ignorando las miradas sorprendidas de los sirvientes.
Cuando llegó a la biblioteca real, varios guardias bloqueaban el acceso. El olor a papel quemado y madera carbonizada impregnaba el aire.
—No puede pasar, señorita Ríos —dijo uno de ellos, extendiendo el brazo para detenerla.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó, aunque ya lo sabía.
—Un incendio en la sala de archivos históricos. Está controlado, pero los daños son considerables.
La sala de archivos históricos. Precisamente donde había estado investigando los días anteriores. Donde había encontrado aquellos documentos sobre la familia real que tanto la habían perturbado. No podía ser una coincidencia.
—Necesito entrar —insistió.
—Lo siento, pe