Mi mano mantiene serenamente las caricias sobre la cabecita de Leonel.
Ya estamos en casa.
En la supuesta seguridad de nuestro hogar.
Mi bebé ha vuelto a confiar lo suficientemente en mí como para volver a arrastrarse a la seguridad y calor de mis brazos.
Soy incapaz de preguntarle el paradero del colgante que Brenda me hizo ponerle nada más cumplir los dos años de edad.
No me atrevo a hacer un movimiento que pueda volver a arrancarlo de mi lado.
Estoy siendo infantil y egoísta en este momento, pero realmente necesito esto, sentir su respiración suave sobre el hueco de mi cuello, su corazoncito latir contra el mío, sus manitas aferrarse a mi pijama.
Necesito a mi bebé conmigo.
Percibir su dulce aroma que calma la angustia que ha estado sacudiendo y atormentando mi pecho.
—Mami… — Su vocecita es tan suave y frágil que siento como está a un suspiro de volver a llorar desconsoladamente por estar lejos del hombre que dice ser su padre, es esa misma sensación que siento yo cuando creía pod