SETENTA Y UNO
—ARYEN—

Otro rugido feroz de advertencia fue expulsado por Nox, quien lideraba la formación estratégica de alerta, demasiados conscientes de la amenaza aún oculta entre los árboles.

Podíamos olerlos.

Podíamos escucharlos.

Y la distinción de su aroma erizaba nuestro pelaje, agitando la agresividad de nuestras bestias.

¿Qué hacen aquí?

¿Cómo nos han descubierto?

¿En que momento fallo nuestra barrera protectora?

¿Fue acaso el día en el que mi monstruo tomó el control?

La culpa me machaca mientras hundo mis patas en la tierra removida.

Mantengo agachado mi lomo, con los colmillos relucientes en muestra de advertencia.

Estamos tan listos para saltar encima de los intrusos que cualquier mínimo indicio de uno de ellos apareciendo por la línea del bosque nos hace saltar de nuestros puestos, avanzando unos pasos mientras la mujer desconocida ejerce una postura de derrota.

Sus manos alzadas.

Su cabeza gacha, con la mirada por debajo de sus frondosas pestañas, casi como una suplica s
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