El mármol del vestíbulo aún brillaba en la mente de Evan cuando cerró la puerta tras de sí. La suite presidencial del hotel Asterion, con sus muros dorados, su luz cálida y el silencio que lo envolvía todo, era su refugio… y su prisión.
Se quitó el saco, lo colgó con cuidado y aflojó la corbata. Desde la sala, su madre lo observaba, sentada con la espalda recta y una copa de vino entre los dedos. Las luces de la ciudad se derramaban por los ventanales de piso a techo, y Katherine, en su vestido negro, parecía una figura sacada de otro tiempo.
—¿Cómo fue? —preguntó, sin preámbulo.
Evan se dejó caer en el sillón frente a ella, exhalando por la nariz.
—Excelente, madre, hoy fue mi primer día en forma trabajando junto a Anne— Evan se escuchaba emocionado.
Katherine dejó la copa sobre la mesita con un pequeño clic.
—¿Y?
—Fue imponente. Controla la sala como si fuera suya… y lo es. Todos se detienen cuando habla. Tiene autoridad, pero sin dureza. Su voz no se quiebra. Es... brillante.
—Sie