La tarde avanzaba lenta, y el jardín había quedado en silencio. Anne descansaba en el invernadero, con una taza de té entre las manos, contemplando el cielo cubierto de nubes suaves. Alexander Delacroix cerró la puerta tras de sí con cuidado, sin hacer ruido. Caminó en dirección a la biblioteca, donde sabía que Evan aún trabajaba.
La conversación que había tenido con su esposa le daba vueltas en la cabeza. Sabía que estaba caminando sobre terreno delicado, y aunque confiaba en Anne, también entendía que algunas heridas, por más antiguas que fueran, seguían abiertas.
Abrió la puerta de la biblioteca con lentitud. Evan estaba en una de las mesas, revisando papeles y con el portátil abierto, aunque el brillo de la pantalla apenas alcanzaba a iluminar su rostro. El joven levantó la vista y se incorporó al verlo.
—Señor Delacroix —saludó con respeto, aunque sus ojos estaban apagados, como si algo lo hubiese golpeado emocionalmente hacía poco.
—Solo Alexander cuando estamos solos, Evan —dij