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Más cerca de ti (2da. Parte)

El mismo día

Bagdad

Sara

Dicen que hay algo maravilloso en las primeras veces. Tal vez sea la mezcla de miedo y alegría que nos hace sentir vivos, esa tensión que nos aprieta el estómago y nos acelera el pulso hasta el punto de pensar que va a salirse del pecho. Es ese instante en que el mundo se estrecha hasta concentrarse en un solo latido, un solo suspiro, un solo momento que sabemos jamás volverá igual.

Las primeras veces nos lanzan sin paracaídas, nos obligan a confiar en lo desconocido, a abrirnos a lo que nunca habíamos imaginado. Nos hacen sentir mariposas revoloteando en el estómago, un cosquilleo que nos eleva, nos deja flotando entre nubes de emoción y miedo, entre risas y lágrimas.

Y aunque algunas veces nos rompan, nos dejen con decepciones que pesan como piedras en el pecho, seguimos buscando esa sensación. Porque las primeras veces nos recuerdan que estamos vivos, que aún tenemos corazón que late, que aún podemos sorprendernos, enamorarnos, caer… y levantarnos de nuevo.

Y no soy la excepción. Anhelaba sentirme libre… libre de caminar junto al hombre que me robaba suspiros, de pasar más que segundos a su lado. Y entonces, aunque escuchaba esa vocecita insistente de la prudencia, prevaleció mi parte rebelde, esa que necesitaba descubrir lo que era vivir sin reglas, sin medir cada paso, sin pensar en consecuencias. Esa sensación que traen las primeras veces… o mejor dicho, seguir al terco de mi corazón.

Después de intercambiar un par de frases, finalmente acepté. Confieso que estaba nerviosa, desconfiada, con el estómago encogido por la mezcla de miedo y emoción. Supongo que era normal… al fin y al cabo, él era un desconocido.

Así llegamos a un lugar que parecía arrancado de otra época: historia y secretos ocultos respiraban en cada arco y columna. Lo paradójico era escucharlo hablar con tanta propiedad de un sitio que yo ya conocía. Me mordí el labio para no reírme, dejándome envolver por la belleza y el misterio del ambiente.

Pero entonces vino lo inesperado… el beso.

Cuando sus labios rozaron los míos por primera vez, sentí un cosquilleo que subía desde el estómago hasta el pecho, un temblor que aceleraba mi corazón y hacía que mi cuerpo se descontrolara. Su boca exploraba la mía con una mezcla de suavidad y fuego, como si cada roce estuviera prohibido, cargado de un deseo que me arrastraba al borde del abismo. Cada segundo parecía consumirme, cada suspiro suyo encendía algo dentro de mí, un veneno adictivo que necesitaba y temía a la vez.

Me aparté apenas, antes de perder la poca voluntad que me quedaba. La respiración me temblaba y las mejillas ardían; todavía sentía el calor de su contacto y el vértigo que dejó a su paso. Lo peor era que quería huir como una cobarde, pero él me atrapó del brazo con firmeza, sus dedos apretando suavemente mi piel, y sus ojos fijos en los míos parecían gritar no te vayas, pero lo que me dejo en jaque fueron sus preguntas: “Quiero volver a verte… quiero saber dónde te hospedas”.

Y aquí sigo delante de él con el pecho desbocado, el corazón agitado y las manos se me enfrían. Intento aplacar el caos que siento con una mirada distante, pero su aliento roza mi rostro y su agarre firme sobre mi brazo me mantiene cautiva. Finalmente, dejo escapar la voz, temblorosa:

—Yassir… mañana… ¿nos podemos ver a la misma hora aquí? ¿Ahora me dejas marchar?

Deslizo los ojos hacia su mano sobre mi brazo, tanteando si ahora me dejará marchar. Él inclina un poco la cabeza, y una sonrisa apenas perceptible curva sus labios.

—No, Omri…—susurra con ese tono que me hace temblar— no sin que me digas tu nombre, o me dejes acompañarte a donde te hospedas.

Me muerdo el labio inferior, intentando recuperar la compostura mientras mi pecho late con fuerza por cómo me llamo: mi vida.

Respondo, tratando de sonar firme, aunque mi voz se quiebre un poco:

—Confórmate con haberme besado, Yassir… tampoco deberías repetir que soy algo tuyo.

Él ladea la cabeza, observándome con una mezcla de curiosidad y diversión. Afloja el agarre en mi brazo, pero sigue cerca, manteniéndome atrapada en su presencia.

—Nadie ha venido a este mundo para conformarse… ni yo, ni tú —dice despacio, dejando que sus palabras calen hondo en mí—. Solo que a veces tenemos miedo a lo nuevo, a lo diferente. Pero en el amor… no debería haber miedo.

Inclino la cabeza, esbozando una sonrisa nerviosa.

—Bello verso del Corán —susurro, y noto cómo él ladea la cabeza.

—¿Acaso tienes un genio escondido entre tus ropas que te susurra mis pensamientos? —pregunta, entre divertido y asombrado—. ¿Cómo lo haces? ¿Cómo sabes tanto de mis raíces?

—Me encanta aprender cosas nuevas… —replico, haciendo una pausa, sintiendo cómo mi voz se pierde mientras me alejo—…hasta mañana, Yassir.

Su voz me alcanza una vez más, suave y urgente:

—Omri… dime tu nombre, por favor.

Me detengo antes de cruzar la puerta, respiro hondo y giro para mirarlo una vez más.

—Sara… me llamo Sara —susurro, dejando que nuestros ojos se encuentren por un instante antes de cruzar la puerta, con el corazón latiendo desbocado.

Unos minutos después

Regreso a la casa a hurtadillas, intentando que los sirvientes no me vean. Cada paso sobre el mármol reluce con la luz que entra por las ventanas, y siento cómo el corazón me late contra las costillas, temiendo que cualquier crujido del piso me delate. La casa está viva, vibrante, con sirvientes que van y vienen, el murmullo de conversaciones mezclado con el repicar de platos y el aroma de té recién servido.

Doblo por el pasillo que va a las habitaciones, conteniendo la respiración, cada movimiento medido, hasta que una voz familiar me detiene como un golpe seco:

—¡Sara!

Mi pecho se encoge y un escalofrío recorre mi espalda. Giro lentamente y ahí está mi nana, Huda, apoyada contra el marco de la puerta, brazos cruzados, con cejas arqueadas y esa mezcla de reproche y cariño que siempre logra paralizarme por un instante.

—Huda… —susurro, tratando de sonar despreocupada, aunque mis dedos se aferran a mi túnica—. ¿Qué sucede? ¿Es hora del rezo?

Ella arquea una ceja, sus labios se tensan, sus ojos fijos en mí como cuchillas:

—No me engañas, niña, sé lo que hiciste…

Me tenso y hago un gesto inocente con las manos.

—Te juro que no me comí el postre…

Huda suspira, sacudiendo la cabeza, su mirada fija en mí, un filo de advertencia mezclado con ternura:

—Es un pecado mentir, te castigará Ala… —pausa, bajando la voz con urgencia—. Latifa está hablando con tu abuelo Osman por el celular… ve rápido antes de que te delate.

Siento un escalofrío recorrerme la espalda y apoyo la mano contra la pared, intentando calmar los nervios.

—No fue nada, solo quise dar una vuelta… —murmuro, con la voz temblorosa, pero intentando sonar firme.

Huda me observa con intensidad, sus ojos brillando entre advertencia y cariño, y su tono se vuelve casi un susurro urgente:

—Apresúrate, Sara. Antes de que tu abuelo pregunte por ti.

Asiento rápidamente, y un nudo de adrenalina aprieta mi estómago. Acelero el paso.

—Gracias, Huda —susurro con urgencia mientras avanzo por los pasillos, mis sandalias resonando levemente sobre el mármol—.

Llego a la sala y la veo: Latifa, con la espalda recta y los hombros tensos, hojeando el Corán con cuidado contenido. Levanta la vista al verme llegar, y sus ojos me atraviesan como cuchillas de hielo. No hay diversión ni ironía, solo desprecio y un aire de malestar que me hace retroceder un paso.

—Sara, al fin llegas de tus escapadas… —su voz goteando desaprobación, cada palabra cargada de juicio, su mandíbula apretada, los labios apenas curvados hacia abajo.

Trago saliva, consciente de que mis mejillas deben estar enrojecidas, y el corazón me late a mil por hora.

—¿Preguntó el abuelo Osman por mí? ¿Me delataste? —mi voz tiembla mientras intento mantener la calma, pero sus ojos fríos me confunden dejándome sumergida en un mar de incertidumbre.

 

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