El banquete estaba en pleno apogeo. La música llenaba el aire, las risas eran contagiosas, y el hidromiel fluía libremente. Rajar, a mi lado, conversaba con Thanes y guerreros, presentándome a algunos, siempre con una mano protectora sobre mi espalda o mi cintura. Sonreía, asentía, intentando seguir las conversaciones, pero mi mente estaba en una nube de felicidad. La profecía, mi origen, todo parecía cobrar un nuevo sentido aquí, junto a él.
En un momento, mientras Rajar hablaba con un Thane anciano sobre las rutas comerciales, una expresión se extendió por el rostro de la Reina Madre Hjordis. Estaba de pie cerca, pero su sonrisa habitual se desvaneció, reemplazada por una sutil contracción en sus cejas. Sus ojos, antes llenos de complacencia, ahora mostraban una mezcla de sorpresa y algo parecido a molestia.
—¡Rajar, hijo mío! —exclamó con una alegría que ahora sonaba forzada, sus ojos, antes brillantes, buscando los míos en un fugaz destello de incomodidad antes de volverse a la en