El capitán del barco, un hombre con la piel curtida y el ojo de vidrio, los miraba con una mezcla de impaciencia y sospecha. Su llamado resonó en la playa, un eco de la autoridad que ostentaba en su navío. Wolf se detuvo, su mano se cerró alrededor de la de Christina. Había una elección que hacer, y solo un segundo para pensar. Huir sería un suicidio. Confrontarlo era arriesgado, pero podría darles una oportunidad.

—Acércate, hombre —gruñó el capitán—. No hay tiempo para que te quedes ahí parado.

Wolf, con un suspiro interior de resignación, soltó la mano de Christina. Le dio una mirada de disculpa y un gesto silencioso de que se quedara donde estaba. Se acercó al capitán, su cuerpo erguido, sus ojos llenos de una determinación fría.

El capitán lo miró de arriba abajo, sus ojos examinaban cada centímetro de su cuerpo.

—Eres un hombre fuerte —dijo el capitán, con una voz que era una mezcla de desdén y respeto—. Necesitamos manos fuertes para reparar este barco.

La voz de mando del capi