El sol se ocultó en el horizonte, y el mar se volvió un espejo de un cielo teñido de rojo y naranja. Wolf se sentó con la mano en el hombro de Christina, observando cómo el último rayo de luz desaparecía. La revelación del viajero lo había dejado sin aliento. El Thane que había huido de su trono, ahora tenía una razón para regresar. El destino de su pueblo, la miseria que su hermano había desatado, era una herida en su alma que no podía ignorar.

De repente, una figura delgada se acercó sigilosamente en la penumbra. El mismo viajero que había reconocido a Wolf se detuvo a pocos pasos, su mirada nerviosa se movió de Wolf a los guerreros de Hjordis, y luego de regreso. Con voz apenas audible, susurró:

—Mi Thane...

El corazón de Wolf dio un vuelco. Se tensó de inmediato, y su mano se movió instintivamente hacia el mango de su espada, escondida bajo su capa. Se inclinó hacia adelante, su voz, una advertencia baja y furiosa que no llegaba a los oídos de Christina.

—No vuelvas a llamarme así