El sol de la mañana ya estaba alto cuando Christina se paró frente a los líderes de la aldea. Había pasado la noche en un silencio tenso, sintiendo el peso de la responsabilidad y la amarga ironía de su regreso. Ahora, era el momento de actuar. Los ancianos y los hombres del pueblo la miraban con una mezcla de esperanza y la cautela de quienes han sido traicionados demasiadas veces.

—No podemos seguir escondiéndonos —dijo Christina, su voz firme a pesar del nudo en su garganta—. Mi abuela y mi madre nos habrían enseñado a luchar. Debemos preparar nuestra defensa.

Los líderes se sentaron en silencio, aprobando sus palabras, hasta que Christina dio el siguiente paso.

—Necesitamos a un guerrero —continuó, su mirada buscando a Wolf en la multitud—. Un hombre que conozca las tácticas de nuestros enemigos. Un hombre que sepa cómo pensar como ellos, cómo superarlos.

Las palabras de Christina cayeron en el aire como una piedra fría. Inmediatamente, un murmullo de descontento recorrió la multit