La fría formalidad de la presentación ante los ancianos había sellado mi destino. Ahora era, oficialmente, el "vientre del Thane", la esperanza de un linaje que no era el mío. Las miradas de desconfianza, las de odio, las de curiosidad, me habían seguido desde el gran salón hasta mi nueva prisión: una pequeña habitación dentro del mismo "palacio", como lo llamaban, que era parte de la vivienda de Wolf y Freyja. Ya no estaba en mi cabaña solitaria, sino bajo una vigilancia constante.

La habitación era más cálida y limpia que la cabaña, con pieles suaves en el suelo y una pequeña chimenea que siempre ardía. Pero las ventanas tenían barrotes toscos y la pesada puerta de madera solo se abría desde fuera. Me habían dado un lujo que era, en realidad, una jaula dorada. Ya no tenía excusa para salir al jarlazgo, para observar los turnos de guardia o los barcos en el muelle. Mi mundo se había encogido a estas cuatro paredes.

El deseo de escapar ardía en mí con más fuerza que nunca. La idea de q