La noche se había apoderado del jarlazgo con una oscuridad espesa, solo interrumpida por el parpadeo ocasional de las antorchas en los muros exteriores del "palacio". Desde mi ventana enrejada, observaba las sombras danzar, esperando el momento propicio. La presentación ante los ancianos y la humillante reunión con Haldor y Freyja habían encendido en mí una furia fría y una desesperación aguda. La huida ya no era una posibilidad remota; era una necesidad inminente.

Mi plan, concebido en las horas de insomnio, era audaz, casi suicida. Pero no veía otra salida. Necesitaba información, necesitaba ayuda, y el único que parecía tener una razón para desestabilizar el poder de Wolf era su propio hermano, Haldor.

Esperé hasta que el silencio dentro del palacio se hizo casi absoluto, cuando los guardias parecían más somnolientos y las luces se habían atenuado.

El pasillo estaba oscuro y silencioso. Me moví como una sombra, pegada a las paredes, recordando los pocos recorridos que me habían hec