CAPÍTULO 2
Me puse un saco sin pensarlo demasiado. Las manos me temblaban. Salí directo a la puerta del estudio. Un automóvil de lujo me esperaba con el motor encendido. Las piernas me temblaban como si no fueran mías, sin poder contenerlas como de gelatina. Esperé en silencio a que el conductor, un lobo alto, seriome abriera la puerta. Me subí al auto sin mirar, con la cabeza gacha. —Buenas noches… yo soy Afrodita —logré decir, con la voz temblorosa. El seudónimo se me atragantó en la garganta. —Toda mi vida te esperé, Afrodita. No me dio tiempo de procesar nada. Me tomó del mentón y me besó. Sin pedir permiso. Sin avisar. Sus labios eran fuego, su aliento era varonil, me dió una orden y yo… yo le correspondí. El beso fue intenso. Invasivo. Mi cuerpo reaccionó antes que mi mente. Y cuando se apartó, ya estaba perdida. —Estoy nerviosa —confesé, casi en un susurro. Él bajó a mi cuello sin esperar respuesta, Me olfateó con desesperación, como si estuviera buscando algo escondido en mi piel. Su nariz recorrió mi cuello, mi cabello, mi alma. —Lo sé —dijo, con voz baja, ronca—. Pero hoy vas a ser mía, Tú me lo vas a pedir, Porque estoy seguro… eres mi Mate. Abrí los ojos como si despertara de golpe. Le empujé el pecho suavemente y negué con la cabeza. —Se equivoca. Yo no tengo loba. Soy una Omega, Y usted es un Alfa, Los dos sabemos que eso… no va a pasar. Frunció el ceño. Su gesto se endureció. No le gustó lo que dije, Golpeó con fuerza una pequeña ventanita entre él y el conductor, el auto arrancó sin decir nada. Llegamos a un hotel, elegante y privado, pero no quise bajarme. —Usted le dijo a mi jefe que yo decidiría lo que pasaría. Y yo no me voy a bajar aquí. Esperaba un grito, una orden, Algo agresivo, Los Alfas siempre se habían sentido dueños de los Omega, pero en cambio, él sonrió. Y volvió a tomarme del mentón. Esta vez, con ternura, me besó otra vez, suave, lento, como si quisiera desarmarme desde adentro. —En los hoteles también hay restaurantes —dijo. Bajó del auto, rodeó la puerta y me la abrió como si todo esto fuera normal. Como si fuéramos una pareja en una cita, como si yo no estuviera temblando por dentro. Le di la mano. No sé si por obediencia, por miedo… o por deseo. Entramos al restaurante del hotel. Vacío, elegante y silencioso, lo había reservado solo para nosotros, no supe si era un gesto romántico… o si no quería ser visto con una Omega. Me senté. El menú estaba escrito en francés. En italiano. En idiomas que no entendía. Me limité a mirar. Él pidió por mí. Mozzarella Carrozza. Lo probé con desgano. Sin dirigirle la palabra, y la cabeza en el plato. —¿Por qué quería verme? —pregunté al fin. —Le dije que en persona no soy la misma Afrodita… Me sentía pequeña frente a él. Intimidada, porque detrás de la pantalla fingía seguridad, pero ahí… solo era Mia, la tonta Mía. —Tú eres Afrodita —respondió él—. Solo que la escondes, no quieres que salga de ti. No tuve tiempo de responder, me tomó del cuello con suavidad, y me besó con una intensidad distinta, más profunda e intima. Bajo la mesa, tomó mi mano y la colocó sobre su muslo. Lo sentí, Su dureza dentro de su pantalón. Mi respiración se agitó. Me entró aire, pero no calma, me quedé congelada. Sin saber si quería huir o rendirme al deseo —Esto lo provocas tú —dijo cerca de mi oído—. Afrodita… o la Omega detrás del antifaz. Su mano seguía sobre la mía, guiándola, presionando. Yo sentía su dureza bajo los dedos. No me atrevía a mirarlo. Pero tampoco me aparté. —Estás temblando —susurró junto a mi oído— ¿De miedo o de ganas? No supe qué responder. Porque era ambas cosas Miedo por lo que estaba haciendo, Ganas por lo que sentía. Él me miró. No con ternura. Con fuego que quemaba. —Solo tienes que decirlo —suspiro mientras gruñía —Vamos arriba —dije temerosa. El sonrió levantándose de su silla ni lo pensé. Solo lo seguí. Subimos por el ascensor en silencio, Podía oír mi respiración. Y la suya más lenta y más pesada, cada centímetro que el piso subía, mi autocontrol bajaba. Entramos a la habitación, elehsnte y hermosa, una cama enorme decorada con pétalos. Me quedé de pie, temblando, sin saber qué hacer, Él cerró la puerta, se acercó sin prisa y colocó una mano en mi cintura. —Mírame. Lo hice sonrojada —¿Te puedo desnudar, Afrodita? Asentí con los labios entreabiertos. Ni siquiera podía hablar, Mi corazón latía tan fuerte que me asustaba. Sus manos subieron lentamente. Primero abrió mi saco, Lo dejó caer, luego bajó el cierre de mi vestido, mis hombros quedaron desnudos y mi piel erizada. —Eres perfecta —dijo, besándome la clavícula— Quiero verte toda. Mi vestido cayó al suelo. Me quedé en lencería, Su mirada me devoró, Yo ardía. Pero también temblaba de nervios. —¿Qué piensas? —Que esto no debería estar pasando —susurré. —Pero pasa, Y tú lo quieres, solo dilo preciosa... Yo sabía a qué se refería, a lo que hablamos en nuestras sesiones —Quiero que me quites la virginidad. Sus labios bajaron por mi cuello, mi pecho, mi vientre, no me tocaba con urgencia. Me exploraba, como si cada parte de mí fuera nueva, sagrada. —Quiero que me mires mientras te doy placer —dijo. —Quiero que lo sientas todo, que no finjas, no aquí, no conmigo. Sus dedos jugaron con los bordes de mi ropa interior. Mi respiración era un desastre. Mi cuerpo se movía solo. —Arrodíllate para mí —me pidió, con la voz más baja, más grave por el deseo. Mis rodillas temblaron, Y lo hice, me arrodillé ante él. Él me acarició el rostro, deslizó los dedos por mis labios. —Tienes la boca más bonita que he visto —susurró. —Y voy a enseñarte a usarla para adorarme. Pero sin apuro. Quiero que me recuerdes cada vez que respires. Lo miré desde abajo, y por un instante, no fui Afrodita, no fui la chica del antifaz, fui solo yo, Mía. Agarre su masculinidad, obedecí sus indicaciones, use mi lengua y mi garganta con torpeza Pero me excito escucharlo gemir. Se agachó, me levantó con fuerza controlada y me llevó hasta la cama. Mi espalda tocó las sábanas y él se colocó encima. —¿Estás lista? —preguntó, mirándome directo a los ojos. —Voy a ser tu primero… pero tu último. Voy a enseñarte a sentir. A pedir. A gritar mi nombre, Y si realmente eres mi Mate… no te voy a dejar ir nunca. No respondí, no podía, solo abrí las piernas y lo dejé entrar en mi cuerpo, en mi alma. El dolor fue breve, el placer llegó de inmediato, el miedo desapareció, empece a relajarme, a disfrutar. Cuando mi cuerpo se acostumbró al suyo, cuando el dolor fue solo un instante, él Lentamente perdió el control. Entro más en mí, empujó más profundo. Mi espalda se arqueó por reflejo, mis uñas se clavaron en sus hombros. —Dilo —ordenó entre jadeos—. Dime que te gusta. —Me gusta… —logré decir entre respiraciones entrecortadas—. Me gusta todo… Sonrió, me dio un beso rápido, hambriento Y entonces me volteó. Con una facilidad que me hizo estremecer. Me colocó boca abajo, levantando apenas mi cadera mientras me sostenía por la cintura. —Así… —susurró cerca de mi oído—. Quiero verte temblar. Y lo hizo. Mis gemidos se escapaban sin filtro. No tenía control, para ese punto estaba gritando. Me tomó del cabello, suave pero firme. Me obligó a mirar hacia el espejo frente a la cama. —Mírate, Afrodita —dijo—. Quiero que veas cómo te derrites por mí, como eres la misma sin ese antifaz. Y lo vi, mi cuerpo expuesto, su cuerpo sobre el mío, mis labios entreabiertos, las lágrimas de placer en mis ojos. Después me levantó otra vez. Me sentó sobre él, de cara, con mis piernas abiertas y temblorosas rodeando su cintura. Yo iba arriba. Pero el control seguía siendo suyo. —Muévete —me dijo al oído—. Demuéstrame que eres mía. Lo hice, torpe Pero Lentamente agarre el ritmo, me moví para él y por él. Por ese deseo que me incendiaba desde el primer mensaje, sus manos apretaban mi cadera, mis pechos rozaban su pecho, nuestros alientos eran uno solo. —¿Sientes eso? —susurró—. Es tu nombre en mi piel, voy a recordarte así… siempre. —Me voy a ... Venir —logre decir y estallé, grité no de dolor de rendición. Él no se detuvo, al verme no pudo más y termino Y cuando se vino dentro de mí, me abrazó con fuerza, como si quisiera quedarse allí para siempre. Nos quedamos así, jadeando y temblando, Su pecho pegado al mío. Su boca contra mi cuello. —Tu eres mía solo mía —enterro sus dientes en mi cuello. Lance un grito de dolor pero el me marco, era suya. La puerta empezó a sonar —¡Líder Xavier es urgente! De trata de su padre. Abrí los ojos y entendí, el era el futuro Líder de nuestra, el hijo del Alfa supremo