Lo que sentimos (4ta. Parte)
El mismo día
Palermo, Sicilia
Adler
Mi padre siempre decía que los celos son una trampa, una forma de mostrar tu debilidad ante una mujer, la prueba irrefutable de que te importa más de lo que deberías. Y tenía razón. Los celos son una maldición disfrazada de pasión. Un veneno silencioso que se arrastra por la mente y te susurra preguntas que no quieres hacerte. ¿Ella aún siente algo por ese imbécil? ¿Hubo un tiempo en el que lo miró con los mismos ojos con los que me mira a mí? ¿Estoy siendo un maldito imbécil al hacer una escena por alguien que ni siquiera me ha prometido nada?
La realidad es que los celos son posesión, desconfianza, pero, sobre todo, son una confirmación brutal de lo que sentimos. Nos gusta creer que somos inmunes, que somos hombres de hielo, que nadie tiene el poder de revolvernos las entrañas con una simple mirada. Pero es mentira.
Porque los celos llegan cuando menos lo esperas, cuando crees que tienes el control. Se clavan en el pecho como un cuchillo, desangrán