POV Cecil
En el baúl de los recuerdos….
El sol se filtraba entre las nubes y la brisa era suave cuando William cruzó la puerta del aeropuerto, con esa sonrisa que siempre lograba desarmarme. Me tomó la mano con naturalidad, como si no hubiera pasado el tiempo, como si aún fuéramos ese par de locos que se conocieron por una app, y que, a pesar de la distancia, seguían buscándose.
Vi cómo ponía sus maletas en la maletera con agilidad y, sin pensarlo, nuestras manos se entrelazaron como si pertenecieran al mismo rompecabezas.
—¿Seguro que puedes manejar? —pregunté con una sonrisa, sin soltarlo.
—En New York se maneja despacio porque hay demasiado tráfico en la ciudad, pero aquí puedo ir más rápido —respondió, y cuando le entregué las llaves de mi auto, no dudó en adelantarse para abrirme la puerta.
—No tienes que hacer todo esto —le dije, divertida, justo cuando acomodaba mi cinturón de seguridad.
—Uhmm, si no hacía esto… ¿cómo podría tener la oportunidad de robarte un beso? —susurró antes de rozar mis labios con los suyos. El beso fue suave, dulce, y al mismo tiempo, tan deseado.
—¡Qué rico! Un beso robado es mucho mejor… Yo también te extrañé, no sabes cuánto, Cecil —dijo con voz ronca, acariciándome la mejilla con el dorso de sus dedos.
Me perdí en su mirada. Sus ojos tenían ese mismo brillo que vi la primera vez que vino a conocerme. Y por un segundo, me dejé llevar por la emoción. Me sentía tan segura, tan querida… pero también sabía que debía pisar tierra. Aún no éramos novios, solo amigos con derechos, y aunque mi corazón latía fuerte por él, todavía había mucho que no sabía de su vida.
Carraspeé suavemente, queriendo escapar de esa maraña de emociones que amenazaban con desbordarme.
—¿A dónde te gustaría ir? ¿Has pensado en algo? —le pregunté, dándole varias opciones para distraerme.
—Por ahora solo quiero ir al hotel y acurrucarnos un rato —respondió con una sonrisa traviesa.
Empezó a conducir y, sin soltar el volante, volvió a tomar mi mano. Lo dejó claro: quería estar cerca de mí, sin prisas, sin exigencias.
Y sin embargo, sentí la necesidad de aclararlo. Tal vez por miedo, tal vez por las heridas del pasado.
—No tendremos sexo —dije de golpe, y al instante me regañé mentalmente. ¿Por qué había sido tan directa?
William soltó una carcajada tan auténtica que no pude evitar sonreír, aunque un poco avergonzada.
—No dije nada sobre eso, Cecil. Solo quiero descansar un rato antes de salir contigo. Pero si quieres tener sexo, avísame, que yo siempre estaré disponible —bromeó guiñándome un ojo, mientras volvía su mirada al camino.
—No, hoy no quiero —dije, tratando de sonar firme, aunque por dentro me derretía.
—Está bien. Las cosas serán como tú quieras, princesa. Este viaje será solo para ti… porque luego no volveremos a vernos por unos meses —soltó de pronto, como quien deja caer una piedra en el agua.
Sentí cómo algo se apretaba dentro de mí.
—¿Por qué? —pregunté, tratando de ocultar la punzada de angustia.
—¿Te molestas si te lo digo después de que todo se solucione? No quiero preocuparte —susurró, dejando un beso sobre el dorso de mi mano.
Y aunque quise insistir, su ternura me ganó.
—No está bien, pero si necesitas mi ayuda me dices —le respondí con una sonrisa, tratando de ahogar la inquietud que empezaba a crecer dentro de mí.
Subí el volumen de la música y nos pusimos a cantar, riendo como adolescentes. En este momento, todo parece perfecto.
Actualidad
Ahora que lo pienso…
Ahora que las piezas empiezan a encajar…
Entiendo que en sus silencios había verdades que aún no se atrevía a contarme.
Y por más dulces que fueran sus besos, por más cálido que fuera su abrazo, había cosas que William nunca me dijo.
—Creo que debe irse a su casa —dijo Valentino con una sinceridad que me hizo parpadear. Lo miré, desconcertada, como si me hubiera leído el alma—. Lo único que veo en usted es tristeza. Y no creo que usted sea una persona depresiva.
—¿Cómo lo sabe? —pregunté, obligándome a prestar atención. Cualquier cosa que me sacara de mi cabeza, de los recuerdos con William, era bienvenida.
—Viste colores claros, vibrantes. No la he visto usar un solo tono oscuro u opaco. Además… se ve muy joven para sufrir… ¿por un hombre? —Me observó con detenimiento y asentí en silencio—. ¿Que no la supo valorar? —volvió a decir, y asentí de nuevo, sintiendo cómo mi pecho se apretaba—. Me imagino que era su novio, por eso está tan decepcionada.
—Así es —susurré. Mis labios apenas se movieron.
—¿La verdad o la mentira? —preguntó él, y negué con la cabeza.
—La verdad —dije, aunque no estaba segura si estaba lista para escucharla.
—Es lo típico, aunque hay mujeres locas que se enamoran del no-novio —bromeó apenas—. Pero la verdad es que he estado en su lugar. Yo también he sufrido por amor.
—¿Y en cuánto tiempo lo superó? —pregunté, casi con desesperación, como si su respuesta pudiera darme esperanza.
—Lo mío es más complicado. Aún no se me pasa, es complejo de procesar.
—¡Ay no! —me quejé, y las lágrimas volvieron a brotar como si nunca se hubieran detenido—. ¿Estaré así toda mi vida? Me veo horrible con los ojos hinchados…
—Horrible no se ve —dijo con firmeza—. Es muy linda. No llore por un miserable que no sabe lo que tiene a su lado.
Negué, aunque por dentro sabía que tenía razón. Pero en mi mente… aparecía ella. Salomé. Tan hermosa. Tan segura. Tan esposa.
—¡Ay! Es que esa mujer es preciosa… si eso le pasa a ella, ¿qué nos queda a las demás? —solté, sintiendo la humillación colarse en cada palabra—. Nunca voy a encontrar un hombre bueno, ¿verdad?
—¿Tiene esposa? —preguntó, sorprendido.
—Vine aquí para darle una sorpresa. Pensé… no sé… que quizá se animaría a pedirme matrimonio. Lo busqué en su trabajo, me mandaron a otro lugar, y ahí conocí a su esposa. ¿Puedes creerlo? Lo conozco desde hace más de un año. Un año de hablar todos los días, ocho, casi nueve meses de novios. Una relación a distancia, sí, pero muchas veces se quedó conmigo por semanas. Y enterarme que está casado… fue como recibir una bofetada en pleno pecho. ¡Es un desgraciado! ¡Un maldito mentiroso!
Sentí mis mejillas arder de rabia y vergüenza, pero cuando miré a Valentino esperando juicio, no lo encontré. En lugar de reproche, vi algo inesperado: comprensión.
—No lo tome a mal, pero… el mundo se moderniza, y ahora esas relaciones a distancia son muy comunes. Pero… ¿cómo se puede amar de verdad a alguien a quien no puedes tener cerca? —me dijo con sinceridad—. Me parece que fue su error tomarlo tan en serio. Y ahora se comprueba que para él fue solo una aventura. No quiero invalidar sus sentimientos… pero con lo poco que me ha contado, yo lo vi venir. ¿Por qué usted no?
—Porque le pregunté mil veces. ¡Mil veces! —respondí con desesperación—. Incluso él fue quien pidió ser exclusivos. Hablamos mucho, con el alma, ¿sabe? De verdad intenté buscar en mi memoria algo, cualquier señal de mentira… pero no hay nada. No sé si eso duele más, o aceptar que fui una tonta.
—Quizá se dejó llevar. Eso nunca es bueno —dijo él con voz baja.
Y entonces lo escuché. Como si William estuviera en mi cabeza, susurrando con esa sonrisa suya: “Cecil, déjate llevar”. Era su frase favorita para todo…
Y yo, la tonta, obedecí.
—Vamos por la pizza —dije, secándome las lágrimas con torpeza—. Ya no quiero hablar de él.
—Cuando fuimos a las afueras, ¿lo estaba buscando, no? —preguntó y asentí con la cabeza.
—¿Tiene una foto? Ahí solo vive gente muy conocida.
—Sí, tengo muchas… incluso de las prohibidas —respondí con ironía, mostrándole una en la que William aparece abrazándome, sin camisa.
Valentino soltó una exclamación que me heló la sangre.
—¡Oh, niña! Usted sí metió la pata. Porque ese… ese es aún peor que su padre.
—¿Cómo dice?
—Mi padre me contaba historias de su papá, que salía del bar cada noche con dos mujeres distintas… pero este… a este me ha tocado sacarlo hasta con cuatro. Tiene un fetiche con las pelinegras. —Lo dijo sin malicia, como quien simplemente cuenta la verdad. Pero sus palabras me golpearon. Y sin querer, mis ojos se volvieron a llenar de lágrimas—. Lo siento, no quise herirla.
—Llévame al hotel —murmuré, mirando por la ventana. El mundo afuera se volvió borroso. Ya no quería hablar más. Ya no quería saber más—. Pediré servicio a la habitación.
Él solo asintió.
—Lo lamento, señorita… pero, a su favor, últimamente ha estado tranquilo. Ya no lo veo hace tiempo. Creo que fue porque tuvo un juicio… estaba peleando la custodia de su hija. Tiene una bebé, de poco más de dos años.
Solo asentí. Debía ser la niña que vi temprano. Y eso… eso terminó de romperme por dentro.
—Niña, debe dejar de llorar —dijo con suavidad.
—¿Cuántos años tiene? —respondí a la defensiva—. Es la segunda vez que me llama así y no se ve tan mayor.
—Treinta y dos.
—Mucho gusto, tengo veinticinco. Solo siete años de diferencia con usted —repliqué, limpiándome la cara. No soy una niña. Mucho menos seré el hazmerreír de otro hombre.
Él rió por lo bajo.
—Bueno, ya que dejó de llorar, la llevaré por la pizza. Y después, a ver la Estatua de la Libertad.
—¿No es muy tarde?
—Tengo un amigo que tiene un bote. Podemos ir a la hora que sea.
Lo miré sorprendida. Y por primera vez en mucho tiempo, sonreí, aunque apenas.
—Gracias —le dije, con el alma en un hilo.
Y él simplemente asintió, como quien entiende que a veces un paseo en bote puede ser el primer paso para dejar de amar a un mentiroso.
POV Salomé
Miro el reloj. Son las ocho en punto.
Normalmente salgo de la oficina a las cinco, pero hoy… no pude. No quise. Di vueltas, fingí tener trabajo pendiente, me ofrecí a ayudar con cosas que ni me correspondían. Todo para evitar regresar a casa. Todo para evitar a Willy.
Y sin embargo, sé que no puedo postergarlo más. La verdad está ahí, delante de mí, latiando como una herida abierta que se niega a cerrar.
Lo peor es que no entiendo cuándo pasó. ¿En qué momento comenzó a mentirme? Dicen que cuando un hombre tiene una amante, se vuelve distante, ausente, frío. Pero Willy… Willy siempre ha sido serio, reservado, sí, pero nunca indiferente. Nunca ha dejado de abrazarme por las noches, de preparar el café como me gusta por las mañanas, de besarme en la frente cuando cree que no lo noto.
Bueno… todos los días excepto hoy.
Miro el teléfono por décima vez. No hay mensajes. Ni una sola llamada.
¿Será que ya habló con ella? ¿Será que ahora está buscando cómo decirme la verdad? ¿O está esperando que lo confronte para negarlo todo?
Pero no puede negarlo. Esa mujer… me mostró la foto. Lo reconoció. Lo llamó por su nombre —el nombre que solo nosotros usamos— y no vaciló al hablar de él. Como si lo conociera de verdad. Como si lo quisiera.
Y eso… eso fue lo que más me dolió.
No su cuerpo. Su corazón.
No sé qué hacer. Quisiera tener un manual, una brújula, algo. Pero no hay nada. Solo un silencio pesado que me grita una sola palabra: divorcio.
Ya le dije una vez que no doy segundas oportunidades.
Y sin embargo… lo hice. Lo hice por nuestra hija, por el amor que siento por él, por el amor de nuestras familias, por lo que fuimos. Porque cuando nos enamoramos, éramos dos niños prometiéndose el mundo.
Y yo… yo aún creo en ese mundo.
Pero él… él dejó de creer hace mucho.
Me armo de valor, como quien se prepara para una guerra.
—No soy una cobarde —me repito en voz baja mientras manejo. El tráfico nocturno de Nueva York apenas y me distrae del temblor en mis dedos.
Yo tengo carácter. Siempre lo he tenido. Pero Willy… y mis hijos… ellos han sido mi talón de Aquiles. Mi ternura. Mi único punto débil.
Abro la puerta de casa con el corazón en la garganta.
Silencio.
Las luces apagadas en la sala, un murmullo lejano en el piso de arriba.
Son las 8:30. Los niños deben estar acostados. Pero algo me empuja a ir a verlos, a buscarlos. A buscarlo a él.
Subo las escaleras y encuentro la puerta entreabierta.
Y ahí está.
Willy.
Sentado en la alfombra, con los niños a cada lado, contándoles un cuento con esa voz suave que solo usa con nosotros.
Sus ojos se cruzan con los míos. Me sonríe. Una sonrisa de esas que antes me derretían…
Y ahora solo me arden.
Quiero gritarle.
Quiero llorar.
Quiero preguntarle cómo fue
Quiero matarlo.
Pero no puedo.
No delante de nuestros hijos.
No con ellos mirándolo como si fuera un héroe.
Respiro hondo.
—¡Vamos, Salomé! —me digo por dentro—. Solo veinte minutos más.
Veinte minutos más de aguantar.
Veinte minutos más antes de que el amor de mi vida se convierta oficialmente en el hombre que más me ha roto el alma.